Uno de los valores más destacables de la farmacia monástica de la Cartuja de Valldemossa es la colección de contenedores de medicamentos que se puede observar en esta sala. De entre ellos, destaca la colección de ciento treinta y ocho albarelos o botes azules de cerámica catalana de los siglos XVII y XVIII, que se utilizaron para almacenar y conservar los medicamentos y sustancias semi-sólidas: semillas, polvos , raíces, hojas, ungüentos, bálsamos y extractos, distribuidos y clasificados según las dimensiones de los botes. La forma y el material de los albarelos estaba pensada para su uso; ligeramente estrechos en el centro para facilitar la manejabilidad, e impermeables para asegurar la buena conservación de las sustancias contenidas en ellos. Confeccionados con la técnica de torneado sobre molde, además de su finalidad práctica, no escapa la belleza de estos objetos ricamente decorados con ornamentación monocroma azul con figuras humanas y motivos vegetales y animales.
Para muchos farmacéuticos se convirtió en un signo externo de distinción y profesionalidad el hecho de disponer de un botamen ricamente decorado, por lo que muchos de ellos se convirtieron en los mejores clientes de los ceramistas. Las denominaciones de los preparados medicinales se escribían hasta el siglo XIX exclusivamente en latín y con caracteres góticos sobre las cartelas. Fue a partir del 1818 cuando empezaron a usarse los idiomas modernos, con motivo de la aparición ese mismo año en Francia de la primera farmacopea (libro en el que se describen las sustancias medicinales que se usan más comúnmente, así como su preparación) en lengua francesa. Hasta el siglo XVII la mayoría de las cartelas estaban pegadas a los botes. No se hizo frecuente la realización de las cartelas inscritas directamente en la cerámica hasta la creación de fábricas de loza indígenas. Entonces los boticarios encargaban los botes facilitando las inscripciones que querían que aparecieran, o bien se hacían las inscripciones más usuales y corrientes en serie.
