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Publicado por primera vez en la «Revue des deux mondes» (1841), “Un invierno en Mallorca” testimonia en primera persona la estancia de la escritora George Sand en la isla junto con sus hijos y su pareja, el pianista Frédéric Chopin. Desde entonces han aparecido incontables ediciones en diferentes lenguas que han convertido este libro en un elemento importante para la internacionalización de Valldemossa como destino cultural. Con el fin de conocer mejor la relación de estos personajes con su entorno, ofrecemos una recopilación de curiosidades sobre esta obra centradas en el conjunto monumental de la Cartuja:

1. Las vistas. Sand reconocería en su texto el profundo impacto que le provocaron las vistas desde la Cartuja de Valldemossa:

«Abruman porque no dejan nada que desear, nada para imaginar. Todo lo que el poeta y el pintor pueden soñar, la naturaleza lo ha creado en este lugar […] Todo está allí y el arte no puede añadir nada más”.

2. La soledad. Los nuevos huéspedes se sorprendieron al comprobar que, en la Cartuja, sólo habitaban tres personas durante el invierno: el farmacéutico, el monaguillo («Un chaval gordo que quizás había servido la misa a los cartujos desde la infancia») encargado de las llaves del convento y una ama de llaves llamada María Antonia, «fina, limpia de apariencia, melosa».

3. Una bruja. Entre las páginas de «Un invierno en Mallorca», Sand describe la ayuda que les prestó Catalina, «gran bruja valldemossina», durante su estancia en el pueblo mallorquín.

4. Una obra de arte. Según explica Sand, la única obra de arte que encontraron en Valldemossa se encontraba en la Cartuja: una estatua de San Bruno situada en la iglesia, con una expresión «verdaderamente sublime de fe y dolor».

5. Impulsos religiosos. Reconocida agnóstica, Sand sentiría momentos de gran espiritualidad dentro de la Cartuja:

«Me venían muchos impulsos religiosos: pero no me llegaba ninguna fórmula de entusiasmo más que esta: Dios mío, bendito seas por haberme dado buenos ojos».

6. Ausencia de armarios. La escritora francesa se sorprendería al no encontrar armarios en las celdas de los cartujos:

«Cierran sus cosas dentro grandes cofres de madera blanca», matizó.

7. Momentos de terror. Por la noche, la Cartuja adoptaba formas siniestras que perturbaron la calma de Sand. «Miedos fantásticos» que experimentaría principalmente en el claustro:

«Confieso que la tarde no solía atravesar el claustro sin cierta emoción mezclada de angustia y de placer (…) bajo aquellos arcos rotos que tenían verdaderamente el aspecto de llamar las danzas del sabbat«.

8. Malos olores. Los nuevos visitantes tuvieron que comprar perfumes al boticario para combatir los malos olores de la celda, comparables a «las exhalaciones de la octava fosa del Infierno».

9. Gastronomía. Durante su estancia en la Cartuja, Sand elaboró una relación de las comidas que probaron: platos con carne de cerdo definidos como «drogas infernales cocinadas por el demonio en persona».

La escritora se sorprendería al comprobar cómo en Mallorca «se fabrican más de dos mil clases de platos con el cerdo y al menos doscientas especies de embutidos, sazonados con una tal profusión de ajo, de pimienta, de pimentón y de especies corrosivas de todo género que uno arriesga la vida en cada bocado».

Destaca también la uva mallorquina, «azucarada y carnosa», y el vino, negro, ardiente y cargado de alcohol.

10. Una mascota como compañía. Sand recordaría a una pequeña cabra, definida como «nuestra amiga de la Cartuja». Según sus descripciones, era «la más dulce y la persona más amable del mundo». Llegaría a entrar en el claustro, donde se mostraría «perdida y desolada», profiriendo «gemidos que partían las piedras».

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