El matrimonio formado por Joan Sureda Bimet (1872-1947) y Pilar Montaner Maturana (1876-1961) serían los grandes protagonistas de una nueva era en la historia del Palacio del Rey Sancho. El edificio, que siglos atrás había alojado reyes mallorquines y monjes cartujos, empezó a ser el punto de encuentro de todo un conjunto de personalidades que redefinieron el arte y la cultura a principios del siglo XX. Su vivienda alojó tertulias, cenas y fiestas en las que coincidirían figuras tan diversas como Santiago Rusiñol, Miguel de Unamuno, Azorín, Eugenio d’Ors, Joaquín Sorolla o Rubén Darío. Su hospitalidad y pasión por el arte hicieron que el matrimonio mantuviera un contacto habitual con intelectuales de todo el planeta: por eso, cuando estos visitaban Mallorca, debían detener necesariamente en el hogar de los Sureda. Este fue el caso del estadounidense John Singer Sargent (1856-1925), considerado como el retratista más conocido de su generación y autor de una extensa obra pictórica: cerca de 900 pinturas al óleo y más de 2.000 acuarelas.
Viajero consumado, John Singer Sargent documentó con su propia obra su paso por numerosos lugares (desde Venecia a Corfú; desde Oriente Próximo a Florida) a partir de cuadros que, lejos de sus habituales retratos de la alta sociedad parisina o londinense, sumergían al espectador en nuevos escenarios de fondo que parecían adquirir vida propia. El artista llegaría por primera vez en Mallorca el 22 de junio de 1908; una estancia satisfactoria que concluiría a finales de julio del mismo año. Fue tan grande la impresión que le provocó aquella Mallorca pre-turística que volvería pocas semanas después para pasar prácticamente todo el otoño en compañía de su hermana, Emily, y la compañera de viajes Eliza Wedgewood. Socializó con los Sureda al Palacio del Rey Sancho, coincidiendo con otras figuras como el crítico de arte Pere Ferrer Gibert, el pintor argentino Francisco Bernareggi o el mismo Santiago Rusiñol. Alojado en Son Mossènyer, Valldemossa, recorrería las calles del pueblo mallorquín al tiempo que pintaba en algunos de los espacios más icónicos de Palma o Sóller. El artista estadounidense, que moriría en Londres a los 69 años de edad, habría firmado hasta setenta obras en Mallorca durante aquel otoño que, según afirmaría Eliza, recordaría durante el resto de su vida.