Durante la primera década del siglo XIX, Alexandre Louis Joseph, marqués de Laborde, se dedicaría a recorrer las diferentes provincias de España. Aprovechando su cargo diplomático, realizó toda una serie de excursiones acompañándose de escritores, intelectuales, artistas y personalidades públicas como el célebre François-René de Chateaubriand: manos amigas que contribuirían al proceso de documentación de una obra tan significativa como fue Itinéraire descriptif de l’Espagne (1809). Nacido en París en 1773, Alexandre de Laborde se ganó una sólida reputación al haber luchado con el ejército del emperador José II de Habsburgo en las fronteras holandesas contra los revolucionarios franceses. Protegido por figuras como Charles Maurice de Talleyrand y Luciano Bonaparte, desarrollaría una intensa trayectoria en el ámbito institucional que le llevaría a viajar por Inglaterra, Holanda, Italia y, finalmente, España. Fue en este último destino donde se dedicó a dar forma a una serie de tomos divulgativos de gran formato; libros que sufragó con su sueldo y que, en algunos momentos concretos, llegaron a resentir su propia economía.
Transcurridos más de dos siglos después de su publicación, es interesante poder revisar la obra del autor francés –un texto de una gran riqueza informativa– para localizar una curiosa referencia a Valldemossa en el bloque dedicado a las Islas Baleares. A partir de datos demográficos, económicos o culturales (menciona a Santa Catalina Tomás diciendo que “es muy venerada en la isla y su fiesta se celebra con mucha pompa”), se encarga de introducir al lector en el pueblo mallorquín presentando la Cartuja como su rasgo más distintivo: «Se vuelve a descender a un valle profundo dominada al norte por un monasterio de cartujos muy bonito: el monasterio llama de Jesús de Nazaret». Estas líneas están cargadas de valor al aportar información de interés sobre la forma de vida de sus monjes:
Hay treinta y tres religiosos; cada uno tiene tres pequeños cuartos para alojarse y un jardín en el que se cultiva flores y hortalizas. Los forasteros son bien recibidos en el monasterio; se los aloja y los nutre durante tres días. La iglesia y el claustro son muy bellos: las tierras que rodean esta cartuja son propiedad y se saca todo lo necesario para vestir y comer: trigo, aceite, fruta, hortaliza y, en cuanto a los paños, se fabrican al monasterio. La renta de estos religiosos sobrepasa con mucho sus necesidades y todos los gastos; también hacen muchas limosnas a las familias pobres y son generosos con los que trabajan en su casa.
Observando en conjunto su obra, la forma de vida de esta congregación religiosa no pasó desapercibida en absoluto para el marqués de Laborde. Dos espectaculares grabados de la Cartuja de Portaceli, en Llíria (municipio del País Valenciano, situado en la comarca del Camp de Túria) ilustran unos párrafos dedicados a los cartujos. Sus impresiones se podrían extrapolar sin ningún esfuerzo en la Cartuja de Valldemossa:
«Al ver las sólidas construcciones del monasterio y estos campos fértiles que la rodean, no se puede sustraerse de pensar en los servicios que los monjes han hecho en tiempos lejanos ( …) Apartados de todo espíritu de sistema, tenían por costumbre la medida de lo útil y, por experiencia, los medios de obtenerlo (…)Además, como que la naturaleza de lucir institución, el aislamiento y el celibato les prohibían todo interés extraño (…) Otra reflexión de estos refugios religiosos es la idea de la paz e incluso de la felicidad que se debe de encontrar. Este placer de un reposo ocupado, probablemente poco apreciado por los solitarios que sólo han conocido siempre la vida del claustro, debe ser bien experimentado por quienes la abrazan, desengañados de las ilusiones del mundo».
El marqués de Laborde, que conoció tanto los mayores lujos de su época como las peores penurias imaginables, pasó los últimos años de su vida en la habitación de un modesto hotel parisino. Perseguido por sus numerosos acreedores, murió el 20 de octubre de 1842. Desde entonces, obras como Voyage pittoresque et historique en Espagne (1807-1818) y el mencionado Itinéraire descriptif del Espagne se han convertido algunos de los libros de viajes más icónicos del siglo XIX.