Joan Fuster Bonnín nació en Palma 22 de mayo de 1870 y murió el 16 de abril de 1943 en la misma ciudad.
Fue discípulo destacado de Ricard Anckermann (1844-1907) realizó 30 exposiciones individuales (Palma, Barcelona, Bilbao, Buenos Aires, Mahón), participó en 14
exposiciones nacionales e internacionales de Bellas Artes (Barcelona (3), Madrid (9), Marsella (medalla de oro, 1903) y Múnich, también en 40 exposiciones colectivas en Palma, Sóller, Mahón y Barcelona. Después de su muerte se han organizado 12 exposiciones de homenaje (4 en 1970, primer centenario, 3 por el cincuentenario de su muerte. De especial relevancia la de La Lonja de Palma, 1995).
Figuran obras suyas en las colecciones del Gobierno Balear, Consell de Mallorca,
Ayuntamiento de Palma y Valldemossa, Ministerio de Cultura (Museo de Mallor-
ca) Banco de España, Caja de Baleares, Ministerio de Defensa (Museo de Sant Carles), Museu des Baluard; el Museu de Lluch tiene un cuadro de Santiago Rusiñol dedicado a Joan Fuster.
Fue amigo y compañero de Rusiñol, J. Mir, E. Galwey, H. Brugnot, G. Bergnes, E. Meifren, A. Gelabert, S. Junyer, etc, etc. Retrató a personajes ilustres de Palma. También retrató figuras populares: Pescadores, campesinas, hiladora, El dueño de Son Moragues, El Parado de Valldemossa.
Pero la mayor parte de su obra se centraría en el enaltecimiento del paisaje mallorquín y las costas de la isla, singularmente el paisaje de Valldemossa donde mantuvo residencia casi medio siglo, de 1898 a 1943. Presta mención también el tema de las naturalezas muertas en valientes estudios de color (bodegones en blancos, azules, rojos, verdes dominantes).
De él ha dicho su biógrafo M. Alenyar: “Equilibrado, medido, sencillo, respetuoso y modesto, gozó de la ambición necesaria para plantearse metas muy altas de superación y perfección. Trabajador de pura cepa, él fue, más que ningún otro pintor de su tiempo, un gran trabajador de la pintura. Vivió entregado a su profesión en cuerpo y alma, de pleno corazón, de sol a sol.
Prestó en su oficio una dedicación exclusiva, no muy común en sus días y, sobre todo, nada fácil… Sintonizó con el latido de los grandes cambios que vivió el mundo de la pintura a lo largo de sus cincuenta años de profesión. Prestó toda la atención al proceso de renovación artística que se desplegó en la isla. Le interesaron todas las innovaciones. Quiso conocerlas sin excepciones, seguirlas de cerca y aprovecharlas todo lo posible… Dejó el testimonio de una vida fecunda, sazonada de trabajo, modestia, sencillez, amor a la tierra y buen trabajo. Dejó, además, el legado de una obra extensa, amplia y diversa, que compendia con elocuencia la historia, compleja, de cincuenta años (1894-1943) de evolución intensa de la pintura en Mallorca.”
Y su nieto Joan Oliver i Fuster escribe:
“Hoy, cuando recupero para mis conciudadanos, y muy especialmente por mi familia y para el pueblo de Valldemossa su obra, me doy cuenta de que, sin embargo, el trabajo de los artistas goza de una característica fascinante. Es su capacidad de enviar un mensaje de esperanza, de amor a la naturaleza, a la belleza, a las tradiciones y a los recuerdos; a la tierra y a la gente que tanto nos han dado.”