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Pese a ser considerada como una sola familia monástica, la Orden de San Bruno se distingue por tener dos ramificaciones con organización y gobierno propio: la masculina y la femenina. Los orígenes de esta segunda categoría se remontan hasta el año 1145, cuando las monjas de Prébayon, territorio situado en la Provenza francesa, originalmente procedentes de un convento bajo la Regla de San Cesáreo de Arlés, se adhirieron a las reglas monásticas de los monjes de Chartreuse, entonces regida por San Antelmo de Belley. Desde entonces, las monjas cartujas forman junto a los monjes una única Orden bajo la dirección del mismo prior de la Gran Cartuja.

En el siglo XIII, la rama femenina de San Bruno había crecido a siete monasterios, a los que se sumaría la afiliación de otros dos más. Todos ellos se mantendrían en activo hasta su desaparición en 1794, año en el que se tuvo lugar la caída de Maximilien de Robespierre en el contexto del episodio histórico conocido como la Reacción de Termidor. Veintiocho años después, en 1822, se volvería a abrir un nuevo convento en Francia, expandiéndose posteriormente a Italia en el siglo XX. En el caso de España, su primer monasterio de monjas cartujas –el de la Cartuja de Benifasar– se fundó en 1967 en el corazón del Parque Natural de la Tinença de Benifasar (Comunidad Valenciana) aprovechando las ruinas de un antiguo monasterio cisterciense.

Sosteniendo el prejuicio que el carácter femenino no estaba plenamente adaptado para cumplir todos las obligaciones de los monjes, la normativa referente a la vida de las monjas cartujas presentaba curiosas divergencias que se mantuvieron hasta 1970, fecha en la que se inicia una remodelación de la normativa que ha hecho que, en el tiempo presente, la vida monástica de monjas y monjes sea idéntica. En su página oficial, se puede leer:

“Las monjas cartujas han escogido la soledad en la que voluntariamente se imponen tales limitaciones con el único fin de estar más abiertas al absoluto de Dios y a la caridad de Cristo, manteniéndose vigilantes para huir de todo egoísmo y viviendo con gran sencillez. Mediante el desasimiento de las cosas y el trabajo, serán solidarias con todos los que sufren, dondequiera que estén, y en el corazón de la humanidad, si bien ocultas al mundo, serán el recuerdo inextinguible de su origen divino”.

Alejadas de las ciudades y el ruido mundanal, las monjas cartujas continúan manteniendo una vida contemplativa, marcada por la austeridad, la soledad y el silencio.

Foto: Monjas de la Cartuja de Benifasar.

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