A pesar de haber sido canonizada por el papa Pio XI en 1930, Catalina Tomàs Gallard (Valldemossa, 1531 – Palma, 1574) pervive en la memoria colectiva como “La Beateta” o “Sor Tomasseta”. Estos apelativos populares refuerzan, todavía más, el sentimiento de proximidad y devoción del pueblo respecto la única santa mallorquina. El 28 de julio, su día conmemorativo en el santoral católico, marca el final de las fiestas patronales de Valldemossa, que comienzan la última semana del mes. En este marco festivo destacan tradiciones como la Procesión de la Reliquia o la cabalgata del carro triunfal, encabezado por las figuras de la Beateta, el Hereve y las Damas de Honor. Tras ellas, la figura de la santa y, cerrando la comitiva, las principales autoridades municipales. Es, durante esta celebración, cuando sus vecinos, siguiendo un rito que ha pasado de padres a hijos, visten los tradicionales trajes de payés para rendir culto a su santa. Porque, al fin y al cabo, el pueblo la siente suya. Por ello, mientras en la versión del tema popular “Sor Tomasseta” que se canta en toda la isla dice en su estrofa final que “és santa mallorquina”, el pueblo de Valldemossa revindica enérgicamente “què en viva sor Tomassa, que és santa valldemossina! Què en viva, què en viva!”.
La devoción que sienten los cartujanos por la Beateta es igualmente intensa. Durante su juventud, cuando Catalina Tomàs realizaba las tareas típicas del campo en la finca de Son Gallard, asistía de forma regular a las misas de la Cartuja. Su forma de vivir la fe la convirtieron, décadas después, en una inspiración de fervor religioso por los mismos cartujanos de Valldemossa: «En Catalina –escribió el cardenal Antoni Despuig i Dameto- tenemos el gran modelo de amor a Dios, que la hizo una de las almas más fervorosas de su tiempo: el de entera sumisión a las disposiciones de la Providencia, el de humildad, mortificación, penitencia, pureza, caridad para con los próximos y, en una palabra, de todas las virtudes». Estas palabras, incluidas en el libro “Vida de la beata Catalina Tomás” (1815), sintetizan todo aquello que convirtió a Sor Tomasseta en un icono protector para sus devotos: «Apenas murió Catalina, cuando los mallorquines empezaron a tributarle igual culto que a los santos o beatificados», concluye Despuig.
Su figura no suele pasar desapercibida para el visitante. Vestida de campesina o con el hábito agustino, aparece representada en un número considerable de tallas, esculturas, pinturas, estampas y pequeños azulejos. Iconográficamente, se la puede identificar con un pájaro en la mano y, en la otra, un pan de azúcar. El pájaro porque, tal y como cuenta la leyenda, durante sus últimos años de vida, una pequeña ave aparecía de repente en su celda. Su canto, dicen, era prodigioso. Un antiguo verso nos explica porque, en su otra mano, sostiene el pan dulce: “Si l’inimic l’amarona, el Bon Jesús ve del cel, i un pa de sucre li dona, més saborós que la mel”. El sacerdote Gabriel Llompart, autor del articulo “La iconografia de Santa Catalina Thomàs en la documentació de la seva beatificació (1626-1691)”, aporta una visión alternativa sobre este hecho: en la víspera navideña, apareció en el convento de Santa Magdalena –monasterio de canonesas regulares de San Agustín, en el que nuestra protagonista ingresó a los veintiún años de edad– con un pan de azúcar que fue conservado durante prácticamente medio siglo por sus propiedades curativas.
No se puede obviar el impacto que ha tenido Sor Tomasseta en el patrimonio artístico de la isla. Protagoniza una de las telas del retablo barroco, de artista anónimo, que se conserva en la capilla de San Sebastián, en la Catedral de Palma. En la iglesia de los Socorros, también en la capital palmesana, aparece un retablo barroco del siglo XVII atribuido a Gabriel Torres. Otro ejemplo notable es la imagen que realizó Francesc Tomàs Rotger (1762-1807) en la capilla de Santa Catalina Tomàs, situada en la iglesia de Santa María de Andratx. En Valldemossa, naturalmente, tiene un papel preeminente. Su casa natal, convertida en oratorio de 1792 a iniciativa del erudito Jeroni de Berard, conserva algunas imágenes destacadas como, por ejemplo, la escultura que preside el pequeño altar en su honor. En la iglesia de la Cartuja, sobre el grupo escultórico del Descendimiento de la Cruz, se alza una nueva escultura de la Beateta que realizó el catalán Adrià Ferran (1784 – circa 1842) en la primera mitad del siglo XIX.
La presencia de Santa Catalina Tomàs no se limita a los espacios religiosos propiamente dichos, sino a pie de calle. Sólo basta un sencillo recorrido por Valldemossa para comprobar que la mayoría de sus casas dan la bienvenida al visitante con un azulejo que preside la siguiente breve oración: “Santa Catalina Tomàs, pregau per nosaltres”. Este detalle, sencillo y característico, va más allá de ser un elemento típico del paisaje urbano. Es también el reconocimiento de que, para sus habitantes, Sor Tomasseta es mucho más que una santa.