A pesar de que la historia de la farmacia sea una ciencia independiente relativamente joven, su historiografía tiene unos orígenes que nos remontan hasta el primer tercio del siglo XIX. No obstante, un elemento clave que ha influido en la historia farmacéutica –y, de hecho, representa uno de sus mayores atributos patrimoniales– son las farmacopeas, libros que recopilan recetas médicas a partir de productos con propiedades medicinales. A medio camino de la ciencia primigenia y la tradición heredada durante generaciones, estos preciados volúmenes fueron un elemento omnipresente en cualquier farmacia europea durante siglos. Interesaba saber qué efectos provocaban los diferentes productos naturales, animales, vegetales o minerales: si según la dosis, permitía conservar la salud o, contrariamente, conllevaba a la enfermedad, o incluso la muerte. Sus orígenes nos conducen hasta el Papiro Edwin Smith –un documento médico del Antiguo Egipto y se cree que fue escrito por escribas de la época– o los cinco volúmenes de De Materia Medica, escritos por el médico, farmacólogo y botánico Dioscórides Anazarbeo que, en conjunto, se convirtió en el principal manual de farmacopea durante toda la Edad Media y el Renacimiento.
¿Qué es la farmacopea medieval?
La farmacopea medieval recoge una lectura pormenorizada de las virtudes curativas de las plantas y su correspondiente mecanismo de acción, abriendo espacio para la preparación, tratamiento e, incluso, efectos adversos que puede provocar su aplicación. Este hecho, en pleno periodo medieval cuando la peste negra –la epidemia más devastadora en la historia de la humanidad– mató a un tercio de la población continental. Las rutas marítimas y las caravanas, plagas, epidemias y otras muchas enfermedades llegadas de Asia y África azotaron duramente Europa, especialmente entre 1346 y 1361. En calidad de prevención, una de las más importantes farmacopeas fue el célebre Recetario Florentino, publicado en 1498 en la ciudad de Florencia.
La Concordia Apothecariorum Barchinonensium del Colegio de Boticarios de Barcelona, elaborada en el año 1511, tiene el honor de ser la primera farmacopea elaborada en la Península Ibérica. Su impacto fue considerable ya que, a raíz de su publicación, los diferentes reinos, regiones o ciudades comenzarían a producir sus propios recetarios: como principales ejemplos, destacarían la Concordia Aromatariorum Civitatis Cesarauguste, redactada en Zaragoza en 1546 o la Officina Medicamentorum, aparecida en la ciudad de Valencia a principios del siglo XVII. Bajo el reinado de los Borbones en el siguiente siglo, se produjo un proceso de unificación que condujo a que una única farmacopea fuera común a todo el Reino de España. Si bien no toca determinados aspectos de la historia farmacéutica, el posterior estudio de estos volúmenes fueron el punto de partida para el definitivo arranque de esta ciencia y nos ayuda a entender el porqué del valor que tiene, hoy, la farmacia monástica de la Cartuja de Valldemossa.